Espirituados y fantasmas en la Biblioteca Nacional de Chile



Son múltiples las historias de fantasmas en las bibliotecas, ¿será que tienen algún gusto predilecto por permanecer entre los libros?
No sabemos a ciencia cierta por qué muchos de estos lugares se llenan de fantasmas. En efecto tanto bibliotecarios, narradores de historias y folclore, como también los cuentistas, han documentado múltiples historias sobre el tema.
“Tenemos varios compañeros que no solamente han sentido la presencia de espíritus, sino que incluso les prenden las máquinas, las computadoras pese a que están desconectadas de la electricidad”, comentó María Abigail González Ojeda.
María contó en una entrevista a la BBC sobre los extraños fenómenos que se presentan en la biblioteca universitaria de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo en Morelia. La Universidad mexicana, fundada en 1874, funciona en lo que fuera un antiguo convento de la Compañía de Jesús.
El vigilante de esta biblioteca contó que vio sombras que salían del área del coro y cuando un par de chicos tomaron una foto a la puerta principal del recinto, después del revelado se sorprendieron al ver en ésta una monja y un fraile.
Socorro Ledezma, quien trabajaba en servicios al públicos, no aguantó mucho y renunció. Un día estando en uno de los mostradores sintió como le soplaban al oído y unas manos que recorrían su cuerpo.
Muchos fantasmas son famosos, tales como el Espectro Azul, que vive desde el siglo XVII en la Biblioteca del Castillo de Arundel en Inglaterra, o la Dama de Blanco, en la Biblioteca de la Universidad de la Columbia Británica, en Canadá. También se destaca la joven de la Biblioteca de KuKoboi, en la región rusa de Yaroslavi.
“Cuando se tienen libros así, como manuscritos, pergaminos y libros raros que tratan temas tan delicados como la Inquisición o temas sumamente ocultos, uno no deja de percibir ciertas cosas, sensaciones extrañas que te erizan la piel, y uno sabe que se está comunicando con algo más allá de lo ordinario, de lo rutinario”. comentó Gabriel Saldivia, Jefe de la División de Libros Raros y Manuscritos de la Biblioteca Nacional de Venezuela.
Las bibliotecas son centros de cultura que conectan al pasado, lo cual “supera el entendimiento y escapa a cualquier lógica y raciocinio”, señaló BBC Mundo.
“Los fantasmas son fenómenos ajenos a todo conocimiento científico actual que se pueda comprobar y palpar”.

Espirituados y fantasmas en la Biblioteca Nacional de Chile
A la Biblioteca Nacional no sólo llega gente a buscar información o a leer libros. Una de las construcciones más antiguas de Santiago es visitada por personas que han dejado asuntos pendientes: los fantasmas merodean en los pasillos de la Biblioteca. Aquí, algunas de estas escalofriantes historias.
Monjas que se pasean por el edificio, voces y risas que se escuchan en los distintos salones, y funcionarios que vuelven al lugar. Todo esto ocurre en la Biblioteca Nacional, pero no en los libros que hay en ésta, sino que en los mismos pasillos. Suena normal, pero ¿qué pasaría si dijeran que todo esto es producto de personas que están muertas?
La historia comienza así. Este edificio tiene más de cien años. Pero para sorpresa de muchos, la Biblioteca no estuvo siempre en este lugar. A comienzos del siglo XIX, específicamente en el año 1813, Bernardo O´Higgins fundó la Biblioteca Nacional en la Universidad de San Felipe, que actualmente es el Teatro Municipal. Debido al desastre de Rancagua, tuvieron que cerrar sus puertas y reabrirlas en febrero de 1817, cuando Chile recuperó su independencia. Después de esto, sus puertas nunca más se cerraron. Antes de ubicarse para siempre entre las calles Alameda, Mac Iver , Miraflores y Moneda, la Biblioteca Nacional pasó por el edificio de la Intendencia y por el antiguo Congreso Nacional (en calle Bandera). Pero la antigua edificación no fue construida para ese fin. Años antes estuvo en manos del convento de la Orden de Santa Clara, más conocida como las monjas Clarisas.
Gracias a estas religiosas las historias de fantasmas han tomado vida. Esto se debe a que en los cimientos del edificio estaba el cementerio de esta Orden, en el cual enterraban a las monjas y a los “angelitos”, como antiguamente la gente llamaba a los niños que morían. Pero no sólo los angelitos eran enterrados aquí. La historia cuenta que los curas de la Iglesia de San Francisco de Asís, que está ubicada en la Alameda con la calle del mismo nombre de la Iglesia, pero en diagonal a la Biblioteca, tenían túneles subterráneos, por los cuales se pasaban hacía el convento de las Clarisas, y llegaban al cerro Santa Lucía con las monjas. Luego de estas escapadas secretas, las religiosas que resultaban embarazadas, enterraban a los recién nacidos o incluso a los fetos en este cementerio. Esto se descubrió cuando a comienzos de los años 80, se realizaban las excavaciones para la construcción del metro por la calle Mac Iver, los trabajadores encontraron osamentas humanas. Desde esos momentos las creencias se volvieron más fuertes.
Algunas de las apariciones de fantasmas la vivió Mauricio Castro, quien trabaja en el subterráneo de la Biblioteca, en la sección Catalogación. Él, al recordar esta historia lo hace con agrado; en realidad sus compañeros dicen que le gusta contar esto. Todo pasó en junio de 1991, alrededor de las 18:00. Mauricio estaba en un escritorio junto a una compañera terminando un trabajo, el resto, que eran unas 20 personas, se encontraban a menos de 100 metros del lugar donde estaba él. El escritorio en el cual se encontraban estaba al lado de una pared y una ventana. Mientras Mauricio escribía sintió que la voz de una mujer joven le decía suavemente: “Mauriiicioooo…”, él miró a su compañera y le preguntó si había sido ella, la cual le respondió que no, pero que también había escuchado esa suave voz. Mauricio agrega que la voz no la escuchó a su lado, sino que sintió que venía de atrás y abajo, desde el piso. Justo donde se encuentra el cementerio. Fueron los únicos que lo escucharon. “Mi compañera quedó pálida, a mi se me pararon los pelos. Quedamos helados”, recuerda Mauricio. Cuando fue a contarle a sus compañeros, ninguno le creyó. Agrega que luego de ese día nunca más le pasó algo así. Lo que sí reconoce es que el miedo le duró cerca de tres meses. Cuando le tocaba trabajar hasta más tarde, ponía la radio fuerte para no escuchar cosas raras. “Yo creo que quedé espirituado, porque después veía sombras que pasaban por detrás mío”, agrega Mauricio.


A Miguel Ángel Espinoza, que también trabaja en esa sección, hace alrededor de ocho años atrás le pasó algo similar. Él estaba con un compañero haciendo horas extras, y cerca de las 21:30 decidieron irse. Su compañero le preguntó si había apagado todo y él respondió que sí. Cuando iban a cerrar la puerta de la oficina sintieron que se había cerrado un cajón. Fueron a revisar, pero no había nada ni nadie. Se dirigieron a la puerta cuando volvieron a sentir el mismo ruido. Esta vez no se devolvieron, ni siquiera miraron para atrás. “Después de ese día trabajamos con todas las luces prendidas y con radio”, cuenta Miguel Ángel.
Curiosamente al frente de esa sección, en la SEACO han aparecido personas, mejor dicho sus espíritus. Esto le ocurrió a Mauricio Vásquez cuando entró a la sala de visitación de imprenta después de las 19:00 a hojear unos libros que se encontraban en el escritorio de la secretaria. En la silla de ella estaba sentada una persona con un delantal blanco, por lo menos eso parecía cuando Mauricio la vio al entrar. Pocos segundos después se dio cuenta que no era la secretaria sino que un fantasma que ya no estaba. Su compañero Luis Pueye recuerda que Mauricio llegó corriendo, desesperado, pálido. Al preguntarle que le había pasado, Mauricio le relató su encuentro. Luis fue a la oficina para ver si había alguien. No había nadie, pero le llamó la atención un detalle. “La secretaria siempre deja su delantal colgado detrás de la silla, pero ahora estaba estirado encima del escritorio. Con eso le creí altiro a mi compañero”, cuenta Luis. También agrega que en esa sección se caen los libros solos, se escuchan silbidos y a más de una persona se les han aparecido las “supuestas” monjitas. Hay que tener en cuenta que desde hace varios años los encargados de recibir a la gente que va a realizar trabajos de noche les advierten las cosas que suceden. Algunos creen, algunos no, pero la advertencia está hecha.
En invierno del 2004, Justo Alarcón, que trabaja en la sección Archivos del Escritor, del segundo piso de la Biblioteca, escribió un artículo sobre este tema en la revista “Patrimonio cultural”, nº 32. Este artículo lo realizó después de varias conversaciones que tenían lugar luego de las reuniones con otros funcionarios. A él nunca le ha pasado nada así, pero aprovechó esto para contarlo como anécdotas de la Biblioteca Nacional. Algunas de las historias que le contaron es la de un ex funcionario que trabajó toda la vida en la Biblioteca. Luego de jubilar siguió frecuentando estos pasillos, específicamente la Sección Referencia para terminar una investigación que nunca se supo de qué era. Lo característico de este hombre era que llegaba muy temprano a este lugar, antes de que la Biblioteca abriera sus puertas, por lo que esperaba pacientemente en las escaleras de la entrada por Moneda. Hace unos años murió, pero hay auxiliares que juran haberlo visto en varias ocasiones en las escaleras esperando a que abran las puertas.
Todas estas historias son lo bastante escalofriantes como para asustar a cualquiera, pero sin duda la peor de todas es la que vivió Eulogio Sandoval, hace alrededor de 15 años atrás. Él se encontraba con un compañero, Carlos Zamorano quien no creía en estos hechos, haciendo horas extras cerca de las 00:00. Iban pasando por el Salón Azul, que se llama así en homenaje a Rubén Darío y a su libro “Azul”, cuando comenzaron a sentir que el salón completo empezó a moverse con la intensidad de un temblor, a esto se le sumó el polvo que salía del piso y de las paredes. Se dieron vuelta para ver qué pasaba, y Eulogio recuerda que la sensación que sintió era como que venían hacia él caballos desbocados, que relinchaban y corrían. Miró a su compañero y comenzaron a correr. Al llegar al subterráneo, le preguntó a su amigo: “¿Ahora me crees que aquí penan?”, a lo que su amigo no dudó en responder que sí. Eulogio recuerda que nunca había sentido algo así y menos tanto susto. Volvieron al salón para ver si había rastro de polvo o algo que pudiera justificar lo que habían sentido, pero no había nada. Todo estaba en su lugar. Además de esa experiencia, recuerda una en especial que le ocurrió al ex administrador de la Biblioteca Nacional, que vivía en el cuarto piso del mismo edificio. El administrador, como de costumbre cerca de las 1:00 hacía una ronda general en todo el edificio. Esa noche no era la excepción, por lo que comenzó a caminar por los pasillos del segundo piso sólo con su linterna como compañía, cuando inesperadamente sintió que una mano lo tomaba del hombro. No una mano cualquiera, sino una helada, muy helada. Quedó paralizado, no recuerda cuanto tiempo y luego de un rato logró moverse nuevamente. “Después de eso nunca más volvió a hacer la ronda solo, quedó espirituado, como muchos” agrega Eulogio.
Fuente: lagranepoca.com/elparqueforestal.blogspot.com
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