Imponente, solitaria, parece observar con la distancia de una esfinge desde las cuencas vacías de sus ventanas. Ubicada en Pedro Aguirre Cerda frente a Schleyer, por más de medio siglo ha constituido uno de los mitos urbanos más representativos de Chillán. La ciudad tiene varias casonas antiguas patrimoniales de las que se cuentan historias de penaduras y otras hierbas, pero la “casa embrujada” se lleva las palmas.
Sin embargo todo tiene su fin, y al parecer a este viejo inmueble le estaría llegando el suyo. Construida inmediatamente después del terremoto del 24 de enero de 1939, sobrevivió sin problemas al 8.8 del 27 de febrero de 2010. Sólo la caída de algunas tejas evidenciaba el cosquilleo del sismo.
¿Cuál es el misterio que envuelve a la gran casona? ¿Qué sucedió realmente tan terrible que hizo que sus propietarios y habitantes la abandonaran? Y hablamos de abandono, porque desde hace más de medio siglo literalmente, y como dice el refrán popular, “penan las ánimas” en ella.
Sobre la “casa embrujada” ha circulado en este medio siglo y más una gran cantidad e historias. La vida que no le dieron sus dueños se la ha proporcionado la leyenda. Pero todo indica que su fin está próximo y que la mole de cemento y vigas caerá derrotada por maquinaria y la picota.
Claudio Montecinos, vecino inmediato quien posee el restaurante Abracadabra, y quien ha convivido desde hace varios años con la casona, dice que la adquirió la Clínica Chillán y que la demolerán. Es decir, tiene los días contados.
La casa fue entregada, lista para ser habitada, en 1945. Montecinos dice que la construyó la familia Boggioni. Olivia, la única mujer de cuatro hermanos, la habría diseñado y un arquitecto la materializó. Efraín, uno de los Boggioni, diseñó la gran y señorial chimenea del salón principal (hay dos chimeneas similares). Está construida en dos plantas con ventanales y sótano. Un antejardín y un enorme patio pese al abandono porfiadamente siguen vivos.
Se dice que se empleó 3 mil sacos de cemento en ella. Es asísmica y contiene espaciosas habitaciones, especialmente en la planta alta. Claudio Montecinos señala que tiene un diseño como de pirámide invertida, la que le otorga la solidez que la ha hecho sobrevivir a su trágica suerte y también a temblores y terremotos.
Un gran piano desvencijado y mudo podría contar historias. Sin duda sus propietarios fueron personas con gusto artístico, con sentido estético. El enorme piano, hoy despanzurrado, así lo indica. Y están los detalles en el diseño de la casa, que indican que además de un buen pasar, había allí educación y buen gusto.
¿Mito?
Se dice que allí hubo desde delitos a cosas parecidas. Los más osados argumentan que allí se cometió un crimen familiar y que las víctimas fueron enterradas en dicho terreno. Lo cierto es que algo terrible y doloroso debe haber ocurrido para que se la abandonara. La familia, cuenta Claudio, se extinguió prácticamente y el final de los días de los hermanos fue solitario y triste; también delgado en lo económico pese a contar ellos con bienes importantes. Hubo litigio, las típicas cosas de familia, que hace entender ese dicho de los ingleses tan asertivo que señala que “cada familia tiene un muerto en el ropero”.
La recorrimos al atardecer y un escalofrío nos recorrió. Claudio Montecinos cuenta que en más de una oportunidad la han visto iluminada de noche, pese que está desconectada del sistema eléctrico desde hace muchos años.
Vivieron en ella
Claudio Montecinos tuvo oportunidad de conocer a Olivia Boggioni y a algunos de los hermanos. Eran personas retraídas, silenciosas. Vivían en Schleyer y entre las propiedades que tenían, está un enorme sitio en la misma calle, hasta hoy sin construcción alguna al parecer, pero con una gran arboleda que se aprecia desde la calle.
Los Boggioni vivieron en la casa que construyeron a su medida y gusto después del terremoto del 39. Gustaban de la buena música, de las tertulias y de una vida cómoda y grata. “La vida era grata para ellos”, señala Montecinos, hasta que algo ocurrió al interior de la familia, y en la casa, que detonó el abandono de la propiedad. Simplemente se abandonó, porque no hicieron amago de venderla, por lo menos en los años en que no había dificultades para hacerlo. Oliva Boggioni, quien nunca se casó, falleció antes del terremoto del 27 de febrero de 2010. Poco a poco fueron falleciendo los hermanos y la casa sumiéndose en un abandono aún mayor.
Los hermanos -señala Montecinos- al parecer no se casaron o si alguno se casó fue por tiempo breve, pero sí, hay herederos y de ahí, indica, los litigios que no permitieron a los hermanos contar con su patrimonio al final de sus días.
Otra historia: Por los 70 hubo un hecho policial (ajeno a la casa), en que unos tipos secuestraron y abusaron de una mujer en su interior. Un pequeño que la acompañaba, su hijo al parecer, fue quien escapó y solicitó ayuda. Esta historia, que sí sucedió, nada tiene que ver en todo caso con los Boggioni. ¿Fantasmas? Hay quienes aseguran haber visto la silueta de una mujer mirando desde la penumbra hacia la calle en los ventanales del segundo piso. ¿Mito o realidad? El mismo Montecinos cuenta que en la casa que él ocupa (al lado), penan más que en la misma “casa embrujada” y que de ello puede dar fe.
¿Será un sector que alberga más fantasmas que otros lugares de la ciudad? Esto es como aquello que dice “no creo en brujos Garay, pero de haberlos los hay”. Es una casa plagada de fantasmas, como la de Pedro Páramo de Juan Rulfo, donde lo real y lo irreal se confunden y es difícil distinguir lo cierto. Chillán es una ciudad en la que transitan sus fantasmas, como en una vida paralela. Tal vez haya algo profundo y telúrico que nos vuelve diferentes. Muchos foráneos así lo advierten.
Fuente: diarioladiscusion.cl (febrero 2012)
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